Rogelio García Lupo, a vuelo de pajarito / ENTREVISTA

rgl3Colaborador de Marcha, amigo de Carlos Quijano, Eduardo Galeano y Angel Rama, acaba de cumplir 83 años. Santiago García Isler, su hijo, estrenó en 2014 un documental sobre su vida con testimonios de Galeano, Juan Gelman, Horacio Verbitsky y Osvaldo Bayer, bajo el título “A vuelo de pajarito”. En diálogo con BRECHA, Rogelio García Lupo cuenta su relación con Marcha y adelanta algunas líneas de las Memorias que está escribiendo con pasión. Su hijo, cuenta detalles de la filmación.

Su primera noticia periodística resultó el  vuelo, sobre el techo de su casa en el barrio de Belgrano, del Graf Zeppelin en 1934 cuando tenía apenas tres años de vida. Hijo único de padre español y madre italiana, en su hogar se vivía el pulso de la Segunda Guerra Mundial desde una perspectiva favorable a los aliados. Un espíritu anti británico y nacionalista lo llevó a militar en las filas de la Alianza Libertadora Nacionalista durante su temprana adolescencia, junto a Rodolfo Walsh, espacio que abandonaron prontamente. Influido por la cuestión social y política, dejó tempranamente sus estudios de abogado y se incorporó a la vida periodística. Pasó por publicaciones oficialistas durante el primer gobierno peronista entre 1946 y 1955, se fue a Cuba junto con Walsh, Ricardo Masseti y Gabriel García Márquez para fundar la agencia Prensa Latina en 1959 y de regreso a Buenos Aires escribió para la agencia IPS, trabajó en agencias de publicidad, fue corresponsal de Marcha, editor con el mítico Jorge Alvarez y en la editorial Eudeba y viajó por varios países de América Latina y Europa.

Comienzos.

“Pero vos sos tan flaco que parecés un pajarito…”, le dijo una vez un amigo. El apodo lo acompañó para siempre y dio título al documental. ¿Cómo surgió la idea de la película? “Estaba latente” dice Santiago García Isler. “Me gusta el cine y especialmente el documental y conversando con un amigo en Colonia, Uruguay, sobre las edades de algunos periodistas surgieron algunos nombres y el de Rogelio. Además la vida de mi viejo siempre me pareció que era filmable. Era diferente al resto de la gente que yo conocía personalmente. Y además se dio que el tenía una parte misteriosa que había que descubrir, digamos. Todo eso era motivo suficiente para hacer una película sobre su vida”.

-¿Hubo resistencia de parte de Rogelio?

-Mucha no, pero en el momento que se lo dije, me miró muy serio y me dijo ¿qué interés puede tener una película sobre mí? Esa fue la reacción.  Y él no sabía muy bien como tenía que actuar pero logré que me avisara que cosas hacía cotidianamente y apareció lo de la donación de su archivo a la Biblioteca Nacional, y fue un hecho que me sirvió para unificar el hilo de la película.

Rogelio García Lupo está escribiendo sus memorias y todos los diálogos le ayudan a reconstruir su propio pasado.

-¿Cómo se dio su vinculación con el semanario Marcha?

-A partir de 1955. Hasta entonces yo tenía una lectura esporádica de Marcha cuando venía algún amigo de Montevideo y me traía algunos números. Pero tampoco me entusiasmaba demasiado. Marcha se volvió atractiva en los últimos dos años del peronismo, porque se podían decir cosas. Trabé relación con Hugo Alfaro, porque vino a Buenos Aires a vivir personalmente la caída de Perón en setiembre de 1955. Y a partir de ahí se estableció un puente entre ambas orillas. Me pidieron que escribiera alguna cosa pero entre 1957 y 1958  se estaba preparando la candidatura presidencial de Arturo Frondizi y yo estuve comprometido con ese experimento. Ya en 1958 asomaba la revolución cubana como algo posible, poco después se da la fundación de Prensa Latina y mi compromiso de mandar notas desde distintos países de América, de manera que ahí se estableció un vínculo muy sólido incluso a nivel personal. Yo era amigo de Angel Rama y de Eduardo Galeano, y también con Carlos Quijano que era una especie de caudillo político disfrazado de aristócrata. Tenía una pinta bárbara. Yo recibí de Quijano una prueba de confianza muy fuerte a través de una carta. El episodio fue que en un periódico de Buenos Aires sacaron a relucir que Quijano era el abogado del Banco de Londres y que eso afectaba la línea independiente de Marcha. Lo llamé y le conté de la publicación y él me dijo, “bueno, vamos a dejarlo pero le voy a mandar una carta a usted”. Y es una carta muy emocionante porque me explica que en realidad él no era el abogado del Banco de Londres sino que el banco le encargaba casos puntuales que no es lo mismo. No era dependiente sino abogado de temas puntuales. Eso fundó una amistad todavía mayor.

-Que se vió reflejada en Marcha.

-Hicimos en 1968  con Marcha una experiencia de venta masiva del semanario a finales de la dictadura  de Juan Onganía y todo el proceso que estaba acompañando ese paso histórico. Marcha llegó a vender diez o doce mil ejemplares con dos bocas de expendio, eso es lo raro.

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Rogelio García Lupo a los 83 años sigue investigando

-¿Sólo en Buenos Aires?

-Sólo en Buenos Aires, si. El distribuidor de Marcha era en realidad distribuidor de pequeñas cantidades de periódicos de todo tipo desde Montevideo.  Y traía Marcha y entre una semana y otra había un crecimiento exponencial de ventas. Llegaba con un taxi y adentro traía los fardos del periódico, porque venía del puerto de recibir del Vapor de la Carrera que levantaba los periódicos que mandaba Hugo Alfaro ya como una cosa organizada. Marcha tenía una influencia en la política argentina muy grande. Escribíamos Gregorio Selser y yo casi todas las semanas. Creo que también Marcha inauguró un tipo de semanario en papel de diario. Algo que tenía que diferenciarlo de los semanarios argentinos. Fue un éxito notable. Llegaba y traía cuatro o cinco mil ejemplares a la esquina de la avenida Corrientes y Florida, donde estaba la bodega Trapiche. En la vereda se ponía al lado de la vidriera una montaña alta de periódicos y vendía una detrás de otro y cobraba uno detrás de otro. Este personaje estaba muy vinculado al Uruguay y un personaje inolvidable. Se llamaba Carlos Sáenz y era un hombre alto con un perfil aquilino, pero su nombre de combate era Cigüeña, el Cigüeña Sáenz. Marcha influyó políticamente en Argentina sin la menor duda. En algún momento lo que se publicaba en Marcha era reproducido por todos los periódicos de América Latina.

-Raro que Marcha no tenga un reconocimiento en Argentina,  como lo han tenido otras publicaciones. Nadie la recuerda en el ambiente periodístico.

-Es cierto. No sé qué decirte. En el ambiente periodístico todo pasa rápido.

-Pero hay publicaciones como el diario Crítica encabezado por el uruguayo Natalio Botana, cuyo recuerdo perdura como referente…

-Pasa que Marcha fue un periódico de circulación para una numerosa minoría.

Las entrevistas de PREGUNTAS
Las entrevistas de PREGUNTAS

-¿Algo así como lo fue La Opinión en los años sesenta?

-Una especie de La Opinión, claro.  Pero incluso en Marcha se pudieron publicar cosas que hoy siguen siendo valiosas. No es que todo eso caducó con el paso del tiempo. Hay cosas que todavía son fuente. Y sobre todo cuando se estudia la generación del sesenta que es la generación más influida por Marcha. Ha pasado a ser un punto de referencia para quienes escriben ensayos. Con las publicaciones de Marcha se publicaron una docena de libros. Gregorio Selser publicó algunos libros con sus notas y artículos. Yo publiqué dos libros con mis notas. Contra la ocupación extranjera y después Mercenarios y monopolios en la Argentina. Y también La rebelión de los generales.

-¿A qué atribuye esa permeabilidad de un cierto público porteño con Marcha?

-Fue un fenómeno que tiene que ver con que los argentinos siempre estamos tratando de irnos del país (risas). Y leer sobre la Argentina en Marcha de Montevideo era una manera de aproximarse a esa fórmula. No lo sé realmente. La sección de Literaria dirigida por Angel Rama tenía lectores en las dos orillas seguro.

-Colaboraba David Viñas se publicaron las noticias de las primeras detenciones sufridas por Juan Gelman, cartas de lectores argentinos en Marcha hay a montones…

-Hay un hecho que vincula fatalmente a las dos orillas y es toda una metáfora. En los primeros números de Marcha en 1939 hay notas y textos anti nazis de Raúl Scalabrini Ortiz y eso me parece de un simbolismo impresionante. Para que Scalabrini Ortiz publicara un artículo defendiéndose de las acusaciones de que era nazi, quiere decir que ya Marcha tenía un campo de penetración en la cultura argentina. Creo que el artículo de Scalabrini Ortiz habría que reproducirlo entero en cualquier trabajo sobre Marcha porque él ya apuntaba para ser una figura y no era tan viejo. Cosa curiosa, le dieron tribuna en Marcha a otro argentino en la época de Perón, que se llamaba Walter Beveraggi Allende, un economista que vivía en Estados Unidos y que publicaba con cierta periodicidad unos análisis económicos muy anti peronistas.

-Durante los primeros meses de la revolución de 1943 y ya con Perón como secretario de Trabajo, Marcha fue bastante escéptica en relación a ese movimiento militar. Sus fuentes de información fueron todas del Partido Socialista argentino.

-Era el antimilitarismo irredento. Siempre pienso que hubiera dicho Quijano si hubiera visto la revolución de Hugo Chávez como la expresión del cambio de los militares. Eso fue propio de otro momento argentino.

-¿En 1959 se fue a Cuba a la aventura de fundar Prensa Latina?

-En 1959 fuimos a Cuba y ahí viví en el departamento de Rodolfo Walsh y su pareja, Pupé Blanchard, que era amiga mía. Cuando nos llamó Ricardo Massetti a Prensa Latina, viví con ellos.

-¿De Prensa Latina no pudo rescatar nada después de la salida junto a  Walsh, García Márquez y Massetti?

-A Prensa Latina llegó un comisario político del PC cubano, un español radicado en México, José Revueltas que hizo cumplir a carta cabal el manual del militante político e hizo un desastre en la agencia. No se pudo rescatar nada de todo el material que se produjo en los primeros años de Prensa Latina. Hay una anécdota que me ocurrió con Gabriel García Márquez en ocasión del cincuenta aniversario de la agencia. Nos invitan a La Habana y lo llamé a Gabo para ver que iba a hacer. “–No, con estos carajos no quiero saber nada! Me rompieron el archivo y no pude rescatar una sola de mis notas allí. No pienso pisar Prensa Latina nunca más en mi vida!”. Estaba muy mortificado porque le habían tirado todo su archivo a la basura a partir de la decisión de Revueltas de hacer una limpieza a fondo en el peor sentido.

-(Santiago García Isler) Hay una nota interesante que escribió como enviado especial a París sin salir de La Habana. Cuando necesitaban una nota desde Europa y no tenían corresponsal se la hacían escribir a Rogelio que estaba en La Habana, pero firmaba como Roger Garcés desde Bonn o desde París. Eso lo impresionó a Juan Marrero, su compañero en la agencia, por la capacidad y el conocimiento que tenía. Marrero tenía veinte años y nunca había salido de Cuba y mi viejo tenía treinta y escribía como si estuviera en las calles de Paris.  Y le resultaba extraordinario que pudiera conocer el lugar donde ocurrían las cosas, hiciera un análisis de los hechos, firmara como si estuviera allí y en realidad estaba en un escritorio a dos metros, en plena redacción, en La Habana. ¿Cómo fue esa historia?

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Rogelio García Lupo en La Habana, Cuba, trabajando para Prensa Latina

 

-Es cierto, podía improvisar con cierta facilidad aunque prefería que no fuera necesario. Pero como en el primer año de vida Prensa Latina ya había armado su plantel de corresponsales sin tener uno en cada ciudad, ocurrió que cierta vez Nikita Jruschev viajó a París. El diario Hoy era el periódico oficial del PC cubano y el director llamó a Massetti ofuscado porque no había una nota especial sobre la visita de Jruschov a París. Masetti me preguntó si me podía arreglar para hacer una nota extensa, le dije que si, tomé unos cables de agencia e hice una traslocación contando lo que pasaba. Todos se quedaron admirados que pudiera elaborar un despacho largo sobre esa visita sin estar allí en París. Pero era producto de leer la prensa francesa y tener la cuestión más o menos fresca en la cabeza.

-Pese a que pertenece a la generación de los años sesenta con Walsh, Galeano, Massetti, todos personajes polémicos por sus compromisos políticos, usted no levanta polémicas, ni odios. ¿Por qué cree?

-Yo soy un periodista de investigación. Se me puede cuestionar que mis investigaciones tenían una dirección determinada y es verdad. He investigado cuestiones del poder y eso es evidente. De poder militar, político, fraudes internacionales como el caso de Gaith Pharaon. Se puede hacer periodismo puro, prescindiendo de la militancia. Yo por lo menos intenté hacerlo y creo que la devolución que hace la sociedad para quienes hacen ese tipo de periodismo es que confía en ellos.

-Eso no le generó problemas con sus compañeros de trabajo como Rodolfo Walsh que tenía una militancia.

-No, no. Siempre fui respetado. Salvo aquellos que decían que era una antena de Cuba en Argentina. Estuve muy vinculado a los cubanos, es cierto. Porque después de haber trabajado en Prensa Latina, no es que se cortaron mis vínculos sino que se mantienen hasta hoy.

-¿Y durante la dictadura militar argentina?

-Trabajé en una empresa constructora.  A veces el peligro me respiraba en la nuca. Solía acompañar al ingeniero que enviaba la empresa a las licitaciones para obras públicas. Ibamos al ministerio y una vez en el acto de apertura de sobres para ver que empresa se quedaba con la licitación de una obra, un mayor del ejército leía los nombres de los participantes en el acto. Y en un momento lee y dice: Rogelio García Lupo. Se detiene, piensa y dice, había un periodista con ese nombre, no? Me quedé quieto para que no se me moviera un pelo. El tipo siguió leyendo y el acto continuó sin problemas. Pero en ese momento sentí la respiración en la nuca.

Con Rodolfo Walsh en Cuba...
Con Rodolfo Walsh en Cuba…

-¿Cómo se siente con el nuevo periodismo y la informática?

-Se acaba el periodismo de papel. Todo se ha digitalizado. El periodismo que nosotros conocimos va a ser una pieza de museo en veinte o treinta años. Los diarios grandes tienen seminarios enseñándoles a sus periodistas que botón hay que apretar.

 

-Usted sostiene que internet genera errores y Google los repite hasta el infinito, pero internet es un buen primer pantallazo para saber por dónde va cada tema.

-Es el movimiento del menor esfuerzo. Todo se copia. Uno encuentra que los textos y artículos se repiten. Hay poca producción propia de material. No hay investigación propia, salvo como algunas estrellas como Horacio Verbitsky. Es un tipo que rescata papeles.

-¿Sigue recortando papeles e investigando ahora que ya donó su archivo a la Biblioteca Nacional?

-Si, claro. Es un vicio.

-¿Y que temas le interesan?

-Estoy muy a la pesca de los rasgos de una época que se va. No sé cómo caracterizarla. Estoy haciendo mis memorias. Por ejemplo nuestra vida en Cuba es un período que me resulta difícil de recordar y me doy cuenta que está reconstruido en la colección de cartas que Pupé Blanchard le mandaba a su mamá. Tengo el prurito de publicar esas cartas que no están dirigidas a mi, porque son cartas de las que uno puede sacar un relato directo de como era la vida nuestra en Cuba en esos años. Voy a publicar en esas memorias mi correspondencia con García Marquez y algunas cartas más como la correspondencia con Osvaldo Bayer.

-¿Cuáles son los rasgos de ese fin de época?

-La hegemonía de la ciencia y la técnica es imposible de detener ni desviar. De manera que ese es un ciclo que terminó y otro que empieza. Y francamente eso es algo que no me gusta.

(Entrevista de Fabián Kovacic / publicada en BRECHA y Semanario PREGUNTAS)

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